Lecturas

Por: Tony Lulú Rodríguez 

Los aprietos de Amantino

 
Era sábado por la noche; desde el crepúsculo vespertino todavía colgaban primorosas las estrellas capricornianas, alpha I y Alpha II como un regalo nocturnal de aquel octubre Neybero. Bajo ese hermoso cielo la feligresía de la iglesia celebraba con rebosante devoción su culto de avivamiento; convirtiéndose ese día, en el de más júbilo, en la propuesta semanal de alabanzas a Jehová.

 

 ‘‘Cristo mi roca es él,

Cristo mi roca es él;

Cristo no me deja

él no me desampara,

Cristoooo mi roca es él’’…..

 

Los cánticos de gozo se estiraban mucho más de lo normal, siendo el entusiasmo tan envolvente, que no dejaba espacio para el agotamiento físico, ni mucho menos brecha para el abatimiento espiritual. Las puertas del templo se estibaban de curiosos, quienes movían su cintura dando piquetes, en franco desafío a los mandatos del Señor, influenciados por el repique a tres tonos de varios panderos, y la melodía de un do mayor que salpicaba una guitarra valenciana, divinamente afinada.

 

Desde un lado del púlpito, el pastor sacudía sus brazos apuntando hacia el cielo, en cadencia rítmica con la resonancia de las cuerdas y el tuntún del panderéo; sus pies, ligeramente abiertos, se mantenían estáticos, salvo esporádicas flexiones de rodillas, que daban la certeza de ser premeditadas, por lo que era simple cerciorarse que estaba en pleno domino de sus emociones, contrario a la mayoría de los devotos, que reflejaban una recóndita concentración en sus rostros mientras cantaban. Con la paciencia de un encantador, se dedicó a ir deteniendo el coro de forma progresiva, para no interrumpir la llenura celestial de manera abrupta de los congregados, que estaban sumergidos en un estado de satisfacción sublime.

-Gloria a Dios- dijo sin bajar los brazos, floreteando una biblia  que tenía en su mano derecha.

 

En seguidas, el guitarrista bajó un par de tonos, para ponerse acorde con la suave voz adoptiva del pastor, como si entre ambos existiese un acuerdo previo. De forma gradual, la intensidad de las alabanzas fue decreciendo también, y como por inducción, algunos iban transformando las letras del cántico en exclamaciones de  glorificación.

 
-¡Aleluya. Santo es el señor. Jesús vive. Amén-Se escuchaba desde todos los ángulos del salón.

Tan pronto como al predicador le fue posible, tomó las riendas del culto.

 

-¿Cuántos dicen amén, hermanos?- Al instante todo el espacio se llenó de un eco de “amenes” en cascada, que el pastor temió perder nuevamente el control del auditorio. De inmediato intervino, esforzándose para que toda la atención se centrase en él, ya que le urgía dar una información que creía de importancia, tanto para la gloria del señor, como para el afianzamiento de su iglesia en la sociedad.

 

-Recuerden hermanos; recuerden hermanos-Tuvo que repetir varias veces, hasta que encontró un huequito por donde colarse.

 

-¡Aleluya¡ Recuerden que mañana ¡gloria a Dios¡ que mañana tendremos la oportunidad de participar en la inauguración del nuevo cementerio, invitados por el síndico- Ahora el silencio fue tan grande, que al pastor le dio trabajo llenar el vacío, sin embargo arremetió de nuevo, ahora sin ningún atajo de enaltecimiento.

 

-……y no solo de participar, sino, que la bendición de la obra estará a cargo de nosotros- Las palabras “a cargo  de nosotros” las pronunció con tanto énfasis, que  a sus interlocutores, no les fue difícil interpretarlas: “a cargo mío”. No obstante el yoismo disfrazado, llovieron los amenes y los aleluyas, ya que lo importante era ver a su congregación inmiscuida en asuntos sociales; y más significativo, porque se suponía que con esta acción le estaban limitando espacio a la iglesia de Pedro, que siempre tomaba la delantera, cuando de poner en las manos de Dios las actividades públicas y privadas, se trataba.

II

El sacerdote avanzaba hacia el presbiterio, escoltado por el diácono y sus ministros; al llegar, saludaron al altar con una inclinación tan pronunciada, que cualquiera que no estuviera acostumbrado a asistir a la misa con cierta regularidad, pensaría que se iban de boca.

 

Después del “Señor ten Piedad”, mientras se entonaba el canto de Gloria, el diácono, se ladeó con disimulo, y mirando la fachada que tenia frente a él,  aprovechó para susurrarle al cura.

 

-Recuérdese de la inauguración- En tanto secreteaba, su vista navegaba en el vacío, hasta que sus ojos se encallaron en la mirada sin pecado del Santo Patrón que colgaba en la pared.

 

-¿Inauguración?- Pregunto el cura entre dientes, encogiendo la nariz, mientras movía sus ojos como deshuesando una duda.

 

El diacono, temiendo enfrentarse  otra vez a la mirada suplicante del Santo, que era lo único que tenía vida en ese cuerpo encalado; lo observó de reojo, para musitar de nuevo al cura.

 

-El cementerio…. a las diez- El sacerdote asintió. A seguidas desvió la mirada hacia los fieles, ignorando al diácono, como si nunca se hubiesen visto, ni en esa iglesia ni en ninguna otra.

 

A la vez que uno de los ministros leía las sagradas escrituras, intercaladas con canticos; el sacerdote, entendiendo que la presencia del Señor Jesús y de su Espíritu Santo estaban ya presentes en la Iglesia, intercambió algunos mensajes encriptados, que el diácono descifró en un ‘Santiamén’’, donde le instaba a que continúe con el desarrolla de la liturgia, para él irse a la inauguración, donde suponía, como era costumbre, lo estaban esperando, para que pusiese en manos de Dios la nueva obra.

III

La comitiva de la alcaldía, se atrincheró frente al palacio municipal, bajo la sombra de una javilla de hojas acorazonadas, en espera de Amantino, el maestro de ceremonia, que siempre hacia pagar su impuntualidad con la ansiedad del alcalde. Llegó diez minutos más tardes de lo convenido, montándose presuroso en el espacio que le reservaron como copiloto de su jefe, que estaba al volante, con la intención de coordinar el programa de la actividad de inauguración. En el asiento trasero, iban muertos de silencio; una regidora, el jefe de construcción del ayuntamiento, y Don Lalano Florián, que fue el donante del terreno para la construcción del campo santo.

 

-Perdón jefe, no encontraba el corbatín- Dijo  Amantino, sembrando mas cóleras en el sindico, porque no se supo si tal expresión, fue para pedir excusa, o para economizarse un saludo.

 

- ¿Por fin, quién habla primero?  ¿El pastor, o yo?- Preguntó con cierto inflexión de malhumor el alcalde. El maestro de ceremonia, quien no se había adaptado al aire acondicionado de la doble cabina, tal repuesta-pregunta a quemarropa, lo hizo sudar sobre sudado, ya que el síndico le había encomendado visitar al cura para comunicarle que esta vez, él no tendría a su cargo la bendición  de la obra; sin embargo, Amantino no era impuntual por casualidad, sino por olvidadizo recurrente.

- ¡Que vaina!,  a mí se me olvido eso; y yo que vi al jodido padre ayer en el dómino- Dijo para sí mismo;  auto-castigándose sin piedad.

 

-Al pastor le toca bendecir primero que a usted- Respondió; replegando las cejas lo más lejos posible de las pestañas, mientras rescataba su corbatín desde el fondo del bolsillo de su camisa, tratando de disimular su contrariedad mental, previniendo que se le convirtiera en una distorsión intestinal, como era habitual en él, en momentos de tribulaciones. Desde donde se incuban los deseos, dejó prendida la ilusión de que el cura no se presentase  a la apertura de la obra, sin estar invitado.

IV

Inmutables árboles de almendras, caobas y javillas americanas, que se encrespaban buscando el cielo para mantener el Sol a raya, dejaban caer grandes tortas de sombra que se extendían de ‘’contén a contén’’ sirviendo de refugio anti-sol al vecindario. El frente de las casas donde habían plantadas estas torres vegetales se convertía en espacio de convivencia barrial, donde se desarrollaban diferentes actividades fecundadas por el ocio dominical. Al pasar por este hormiguero humano, el vehículo municipal era identificado de inmediato, por lo que algunos se volvían locos dando brazadas en seco, saludando a la ‘’cieguita’’, por que suponían que desde detrás de esos oscuros cristales eran observados por el sindico.

Así la comparsa edil iba doblando y enderezando varias calles con sus esquinas, en su ruta hacia el nuevo cementerio, que se encontraba en las afueras del pueblo, en terrenos pedregosos; siempre con el mismo cuadro exterior, variando solo en el tipo de romo que se despalotaba bajo los palos de sombra; en unos casos se ingería Brugal, en otros la ingesta era  Bermúdez, y en los escasos lugares donde se quería dar apariencia de un  falso estatus económico, aquí  optaban por la exquisitez del Siboney tapa roja. Mientras más se acercaban a su destino, los arboles se hacían mas tacaños y solo dejaban caer un chorrito de sombra que no cubría una familia con nietos incluidos.

 

Amantino, que no había vuelto a hacer uso de sus cuerdas vocales, durante el trayecto; intervino tan pronto llegaron a la nueva obra, siguiendo el hilo de la conversación anterior.

 

-…… y Don Lalano, va a recibir el ramo de flores  de agradecimiento, al final del acto- Como no tuvo repuesta, hizo intento de seguir hablando. En eso lo interrumpió el aludido.

-Quedamos bien claro, que no se va a llamar ‘’Cementerio Familia Florián’’-  Le interrumpió Don Lalano, dando golpecitos con su bastón al piso de la camioneta, de la cual no se había bajado.

 

Aunque todo había quedado bien claro en una reunión previa, como sentenciaba Don Lalano, es bueno aclarar que hubo momentos muy tensos, cuando el viejo terrateniente, se negó a que lo honrasen poniendo su apellido a la necrópolis, aduciendo que él había donado terreno para diferentes obras, y en ningún caso se le hizo tal ofrecimiento, preguntándose porque le salían con esto, ahora que se trata de una obra  tan lúgubre.

 

-No señores- Bramó en aquella reunión- Oigan eso, dizque ‘’Cementerio Familia Florián’’; se equivocan- Dijo poniéndose en pie, abandonando el lugar.

 

Pero su enojo mayor fue cuando Amantino, que fungía como coordinador, le requirió  ‘’amablemente’’ que se tranquilizase. Desde ese día, no habían vuelto a barajar palabras.

 

El ver que los presentes solo eran el pastor, y unos cuantos hermanos, le trajo al maestro de ceremonias, cierto grado de alivio, por el hecho de que su tardanza no tendría consecuencias fatales, disponiéndose de inmediato a preparar la mesa de honor; sin embargo, ese bálsamo fue muy efímero, al notar que estaba llegando el cura, con un aire de seguridad que espejiaba por encima de su sotana, y se dirigía adonde el sindico y el pastor conversaban animadamente, acosados por las flores de un lánguido roble, que caían sobre sus cuerpos con el paracaídas abierto y la brisa en contra. Amantino buscando un escape, pidió suplicando al cielo:‘’Tierra trágame’’, olvidándose que estaba en un cementerio.

 

La gravedad del trance en que la voluble memoria de Amantino lo había metido, más una álgida mirada de cuerpo entero que le flechó el alcalde, hizo a éste reaccionar de manera rápida y sin tapujo, se acercó al grupo, con una solución en manos, que la soltó escoltada por un intruso estornudo.

-Al pastor le corresponde bendecir la obra- Hizo una pequeña pausa donde no cabía una repuesta, para buscar oxígeno, dejando a la vista una exhalación, que evidenciaba la presencia de un aprieto.

 

-……. Y el cura bendice a los presentes- Planteó su posición, como si lo estuviera planificado desde hacía mucho tiempo, esperanzado en que los involucrados, por ser hombres de Dios, accediesen complacidos a la distribución que suponía sugerente y equitativa.

Sin embargo, en vez de recibir una aceptación pacífica, lo que le llegó casi en forma amenazante de cada uno de los rebañeros, fue un temerario emplazamiento.

 

El primero fue el pastor, quien se creía con todo el derecho, por haber sido contactado directamente por el jefe edil. Intimándole rugosamente con más cólera que determinación, le instó:

-¡ARREPIENTETE ¡

 

El cura fue igual de implacable, y desde su garganta despertó un instinto  inquisidor, que dormía con los ojos abiertos, exclamando casi con furia:

 

-¡CONFIESATE ¡ 

 

De inmediato los cólicos encontraron un intestino fértil en el bajo vientre de Amantino, pero los consideró tan lejos a un infortunio, que ni los percibió, por estar absorto sopesando la doble oferta que le acababan de hacer para ganar el Cielo. 



 

 


 

 

2017. Ven a Neyba General Proyect. Todos los derechos reservados.
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis